Mitos que crean norma. Normas que se traducen en lo normal. 

Este artículo se desarrolla dentro del Programa Con/Sentido. Ocio Responsable con Justicia de Género, que aborda la intersección entre el ocio festivo, el consumo responsable de sustancias y las experiencias de encuentros eróticos comprometidas con la vivencia de las sexualidades libres de violencia sexual.                    

#hazlo con/sentido.

Abril, 2021. Irene Rodríguez.

“Estaba borracha”. “Iba sola”. “Los hombres siempre son unos guarros”. “Iba provocando”. 

Sospecho que ninguna de estas frases, entre otras, son nuevas o desconocidas. Y que muchas las hemos oído o incluso pronunciado. ¿Pero qué esconden? ¿qué se esconde detrás de estas afirmaciones? 

Hago un repaso de la cantidad de veces y de contextos diferentes, así como de personas, que a lo largo de mi vida nos hemos encontrado formulando aseveraciones como éstas, mostrando, tal vez, que así tenemos opinión, criterio o conocimientos que aportan algo. Y, como siempre, nada más lejos de la realidad, bueno sí, aportan mitos y juicios.

Parece que en esto todo el mundo tiene voz y voto como si se fuera componente de un jurado social al que se consulta a modo de oráculo de la verdad. Así nos pronunciamos en nuestras sobremesas, conversaciones o incluso quehaceres profesionales (más grave aún), repitiendo ideas y creencias desfiguradas y encubiertas en forma de explicaciones y justificaciones de situaciones que realmente desconocemos. Conjeturas que van conformando un sistema de creencias, valores y actitudes que se consideran válidos o verdaderos según nuestra cultura. Forman parte de ese imaginario colectivo que nos sobrevuela y del que nos nutrimos a veces sin filtro ni cuestionamiento alguno. 

¿Eso es un mito?

No sé, siempre lo he escuchado.

Pero ¿quién te lo dijo?

Todo el mundo lo dice. 

Y, ahí está una de las claves, la repetición por repetición hasta que parezca verdad. Pareciera que los mitos estuvieran al acecho para darnos rápidamente una respuesta, una respuesta compartida, casi aparenta que consensuada o real. Una respuesta que, además, alecciona, instruye y disciplina hasta construir modelos y patrones que configuran dinámicas de conducta y relación. 

Cuando el mito se repite, se vuelve tradición, se vuelve cultura, se vuelve norma y la norma se traduce en “lo normal”.  

Es como si el relato que se realiza a través de los mitos fuera un cuento con moraleja; dar explicaciones y justificaciones como posibles causas, consecuencias o razones. Mantener, alimentar y consolidar una estructura, en este caso, de orden social y machista (otra de las claves) que nos aprisiona, ya que aquí la enseñanza de la supuesta moraleja es falsa y está distorsionada. ¿Qué tiene que ver que esté borracha? ¿Qué importa que esté sola o acompañada? ¿Son los hombres así? ¿De verdad? ¿Por naturaleza? ¿Por gen? o ¿Por microchip? ¿Se va provocando que te agredan? ¿La ropa provoca?

Visto así, lo absurdo parece evidente, sin embargo, las respuestas encubiertas a estas preguntas no tienen nada de absurdas ni de inocentes, al igual que los mitos no son solo relatos o cumplen una función justificativa. Los mitos a modo de juicios instigan a anular al sujeto que hay detrás de esa realidad o situación específica. 

Le subimos el volumen a lo que popularmente repetimos como contra-respuesta a una situación que nos moviliza o que nos saca de nuestra zona de confort. En nuestro caso, promovemos disfrutar de los espacios de ocio festivo en los que consumir responsablemente y libres relacionarnos. Sin embargo, si esta libertad se ve truncada y convertida en violencia es que algo habrá hecho. Habrá consumido de más, como si la sustancia consumida fuera quien agrede, gran mito asociado a estos contextos, tanto para atenuar como para culpabilizar. Habrá trasnochado de más: “esas no son horas para una señorita”. Habrá vestido de menos: “lleva ropa muy provocativa”. Habrá ligado de más: “estaban cogidos de la mano”. Habrá verbalizado noes de menos o síes de más. Algo habrá hecho, ¿se acuerdan de la falsa moraleja de la que hablábamos antes? 

Desde el juicio dejamos de empatizar con la persona, de reconocerla como sujeto que decide, se anula su relato, su vivencia, si no corresponde con los mitos adquiridos y aceptados. Ya saben, no solo hay que ser víctima sino parecerlo o aquel de que quien agrede es un malvado monstruo que nos asalta en un callejón oscuro. Así, de alguna manera, perpetuar esos mitos nos da una falsa sensación de seguridad, escudándonos en la mitología para no sentir nuestra responsabilidad, mantenernos fuera como si fueran hechos aislados. Aunque los mitos no son historias alejadas de las personas, en la normalización está la indiferencia de la mayoría. 

Esto de los mitos tampoco es nuevo y seguro que se han impregnado en nuestras vivencias de alguna manera, sea en los contextos de ocio o en contextos de pareja, trabajo, maternidades/paternidades, familia, sexualidades y el largo etcétera que configura nuestras vidas. Lo que sí puede ser nuevo es cuestionarlos, dejar de repetir sin crítica y adentrarnos en la utilidad de desmontar los mitos y sus falsas verdades que, además, de ser machistas, responden a toda una estructura y un sistema que silencia, culpabiliza, avergüenza y castiga. Vivirlo en primera persona sí nos facilita tener una visión más completa, más real sobre la situación que se enjuicia a base de mitos, nos muestra que detrás se vislumbran creencias limitantes que no quieren moverse y prefieren continuar devolviendo hacia fuera el peso de la propia responsabilidad.

¿Se puede escapar del mito? Para poder cuestionar y desarrollar una posición crítica, lo primero es poder identificar los mitos que nos rodean y que reproducimos. Cuando hago el ejercicio de mantener la actitud de reflexión y atención a lo que multiplico o recibo, la experiencia me enseña que están más impregnados de lo que podemos imaginar inicialmente y que hacen más daño de lo que parece. ¿Cuántas veces hemos oído o nos han devuelto que eso es un mito? ¿Cuántas veces lo hemos reflexionado? Y, aunque, tal vez hemos descubierto que sí, ¿lo hemos transformado? Es decir, ¿no lo hemos vuelto a repetir? O ¿lo hemos cuestionado cuando lo hemos vuelto a oír? De la teoría a la práctica y de la toma de conciencia a la acción de transformar necesitamos motivación y compromiso con el esfuerzo que nos requiere, sabiendo que el hábito es repetir y que ahí nos sentimos parte, sentimos que compartimos esas ideas-mito que se nutren de la idea loca de que nos unen.

Esto va de cuestionar, repensar, no dar nada por hecho, acabar con tomar los mitos como verdades que rigen nuestras vidas, nuestras conductas, que justifican creencias machistas ocultas tras los juicios. La propuesta es que la atención sea continua, hablamos de atención plena, de compartir la responsabilidad con la certeza de que cada persona suma en esta ruptura con los estereotipos y corsés limitantes. Impedir que se reproduzcan en nuestro día a día fomenta nuestras libertades, decidir dónde nos posicionaremos la próxima vez que se repita un mito rompiendo el discurso que revictimiza y estigmatiza, abriendo el escenario a nuevas creencias basadas en el respeto, la igualdad, la libertad y, en definitiva, integrar que ante mitos sinsentido respuestas Con/Sentido. 

Somos agentes de transformación, la cual está llena de interrogantes, preguntas, reflexiones y pocas respuestas estereotipadas. Toca formar parte de la deconstrucción implicándonos y si sientes que te molesta por ahí es el camino. 

Estamos desmontando mitos. Disculpen las molestias. ¡En construcción! 

¡QUE SEA RICO!