En el Programa Con/Sentido. Ocio Responsable con Justicia de Género trabajamos para la transformación de los contextos de ocio festivo y en esta ocasión vamos a tratar de romper con la relación causal que la sociedad entiende que se da entre el hecho de que las mujeres consumamos sustancias y las violencias que recibimos y que, por hacerlo, somos más vulnerables ante agresiones sexuales (¿o ante agresores sexuales?).

Cuando las mujeres consumimos sustancias somos percibidas como más vulnerables. En los contextos de ocio festivo se nos ve como “fáciles de ligar” por el hecho de, por ejemplo, estar embriagadas. El hecho de consumir alcohol no convierte a las personas en más vulnerables ante las violencias sexuales, ni siquiera a las mujeres, sino que es la percepción subjetiva de quien observa la que se convierte y el resultado es que la percepción que tienen sobre nosotras es que somos más accesibles (como si el alcohol facilitara la relación erótico-sexual de por sí) a pesar de que nuestra disponibilidad sexual no cambia por haber decidido asumir el riesgo de consumir buscando otros placeres.

Está instaurada la idea de que es el alcohol u otras sustancias quienes crean esa mayor vulnerabilidad cuando, si nos imaginamos un consumo de alcohol u otras sustancias por parte de una chica en un espacio libre, como podría ser en casa de unas amigas, no tendríamos esa “mayor vulnerabilidad” a recibir violencias sexuales de las que hablan porque el consumo de sustancias NO es la causa de las violencias sexuales.

Los datos que se recogieron en el año 2018 en el estudio Percepción social de la violencia sexual muestran la errónea percepción que se tiene sobre dicha relación: el 50% de los hombres y el 45,6% de las mujeres consideran que “el alcohol es a menudo el causante de que un hombre viole a una mujer” y el 16,7% del total de personas encuestadas creen que “si una mujer es agredida sexualmente bajo los efectos del alcohol tiene parte de la culpa por haber perdido el control”.

Para las chicas, el consumo puede convertirnos en potenciales víctimas y, en cambio, en los chicos, se puede usar como excusa (no solo escuchamos estas relaciones en los discursos a nuestro alrededor, ni solo los observamos en los resultados de las encuestas, sino que también las hemos encontrado en campañas públicas poco acertadas).

Colocar el alcohol u otra sustancia en el centro de esta relación entre sustancia y violencia y establecer una relación causal significa derivar el foco de atención hacia la sustancia, cuando debería centrarse en quienes cometen las violencias sexuales y no en quienes las reciben. Un hombre que ejerce violencia cuando está bajo los efectos del alcohol no debería usar el consumo como excusa para desresponsabilizarse de sus actos (no sabía lo que hacía porque iba borracho). Muchas personas en esta sociedad consumen alcohol y otras sustancias y no realizan conductas violentas, así que estar bajo los efectos no puede ser nunca una excusa. Una mujer agredida nunca tiene la responsabilidad de haber recibido violencia sexual (si no hubiera bebido, no le hubiera pasado), la responsabilidad es del agresor, estén ambas o una de las personas bajo los efectos del alcohol u otras sustancias. 

Me remito a las palabras de la compañera Irene cuando escribió: “Sin embargo, si esta libertad se ve truncada y convertida en violencia es que algo habrá hecho. Habrá consumido de más, como si la sustancia consumida fuera quien agrede, gran mito asociado a estos contextos, tanto para atenuar como para culpabilizar” porque las violencias sexuales asociadas al consumo de sustancias son una más de las formas de violencia hacia las mujeres y personas disidentes con las que queremos acabar para transformar la sociedad en la que vivimos.