En el Programa Con/Sentido. Ocio Responsable con Justicia de Género trabajamos para la transformación de los contextos de ocio festivo con, al menos, el objetivo de que nos paremos a observar y a reflexionar sobre la percepción social que hemos construido las personas sobre el consumo de sustancias y las violencias sexuales en los contextos de ocio festivo.

Cuando piensas en una persona que consume drogas,
¿cómo te la imaginas?

        ¿Es un hombre? ¿Es una mujer?

En el imaginario colectivo de la sociedad binaria en la que todavía vivimos, la conducta de consumir sustancias todavía se asocia más a algo que hacen los hombres que a algo que hacemos las mujeres.

Desde antes de nuestro nacimiento se inicia el proceso de la socialización diferencial de género, por el cual las personas socializamos y nos adaptamos a la comunidad en la que vivimos. En ella aprendemos pautas de comportamiento que son propias de dicha comunidad y las interiorizamos para integrarnos y formar parte de la sociedad.

Estas normas sociales, tradiciones, mandatos, valores y todo aquello que es aceptable y lo que no lo es, no son instrucciones válidas para cualquier persona, sino que algunos comportamientos se asocian a unas y otros comportamientos, a otros.

La conducta de consumir sustancias ha sido realizada en mayor proporción por hombres que por mujeres, a excepción de algunas sustancias, como han venido mostrando los datos de consumo en la sociedad española de las diferentes encuestas que se realizan desde el Plan Nacional Sobre Drogas.

Los aspectos que se asocian a ser hombre, las conductas que se esperan de ellos y las que no, se definen como masculinidad hegemónica y son un conjunto de características que se asocian a la masculinidad extendida a nivel social. Han sido idealizadas, valoradas en contextos y momentos históricos determinados y con muchos rasgos comunes en la mayor parte de las culturas. Cuando no son seguidas ni cumplidas, los hombres reciben penalizaciones sociales (especialmente por parte de otros hombres) y estas son, principalmente, referidas a minusvaloraciones relacionadas con características tradicionalmente asociadas a las nosotras (y este es otro temazo que no abriré aquí).

No existe una única manera de ser hombre, no se trata de una checklist en la cual si marcas 10 items, ¡tachán! eres un hombre. Los modelos de masculinidad son diversos. Existen masculinidades, en plural, que son atravesadas por ideas, comportamientos, atribuciones y emociones sobre lo que un hombre debe ser y hacer en un contexto determinado.

Entre las 12 características que se esperan de los hombres (lo que hemos nombrado como masculinidad hegemónica) definidas por Antonio Jiménez Sánchez (2009) encontramos “la necesidad de demostrar la hombría”, “la no expresión de las emociones asociadas a la debilidad”, “pasar por rituales que le convierten a uno en hombre” (como los rituales de consumo) y “la competitividad”, que se identifican en los consumos de sustancias de algunos hombres.

Con el objetivo de no ser penalizados en la sociedad por no realizar conductas que el resto sí hace y para encajar y ser aceptados en un grupo, para mostrar que son fuertes y duros y que no tienen o no sienten emociones e inseguridades, los hombres realizan conductas de riesgo con mayor frecuencia que las mujeres y, entre ellas, el consumo de sustancias (pero también, por ejemplo, los deportes extremos).

A pesar de que son los hombres quienes consumen sustancias en mayor proporción, dicha conducta no recibe grandes penalizaciones ni juicios del todo negativos por parte de la sociedad. Que un hombre beba alcohol, no nos sorprende; que se emborrache de vez en cuando, tampoco y que lo haga incluso cuando le supone riesgos para la salud no es aceptable, pero es, en cierta medida, asumible como conducta que pueden llegar a realizar los hombres.

Y así lo hemos interiorizado nosotras también: ellos pueden ponerse tibios (con el riesgo que supone para la salud) y nosotras no solemos hacerlo y, si lo hacemos, queremos escondernos y que no nos vea nadie o, si estamos en el espacio público, sentimos miedos varios (otro temazo el de la vulnerabilización…).

Debido al proceso de socialización comentado previamente, existen diferencias a la hora de observar, juzgar y también de evaluar el consumo de sustancias si es realizado por un hombre o por una mujer, tanto de forma externa -objetiva y social-, como de forma interna -subjetiva-.

Que una mujer beba alcohol ya casi no nos sorprende, que se emborrache de vez en cuando, no es demasiado aceptable y que lo haga cuando le supone riesgos para la salud es totalmente inaceptable.

En las instrucciones sobre cómo ser mujer, centradas en las relaciones interpersonales y/o intrafamiliares y el cuidado de otras personas, se espera que no realicemos conductas de riesgo, como lo es el consumo de sustancias, por lo que la percepción social sobre nosotras cuando realizamos dicha conducta, es penalizada doblemente, por realizar una conducta no esperada y por transgredir las pautas de comportamiento, el rol del que nos salimos.

Este es solo uno de los numerosos ejemplos en los cuales las mujeres recibimos penalizaciones sociales (y también penalizaciones internas) cuando nos hacemos lo que se supone que tenemos que hacer y, como dijo Núria Calzada, en cambio, en la mujer, sea el consumo de alcohol o de otras drogas, sea la falda corta o sea la actitud: se pone siempre en cuestionamiento.

Saber más

Educación de las Masculinidades en el siglo XXI (2009)

Plan Nacional Sobre Drogas: EDADES (2019/2020) y ESTUDES (2018).