Fronteras recomendadas. Espejos no reconocidos. 

Este artículo se desarrolla dentro del Programa Con/Sentido. Ocio Responsable con Justicia de Género, que aborda la intersección entre el ocio festivo, el consumo responsable de sustancias y las experiencias de encuentros eróticos comprometidas con la vivencia de las sexualidades libres de violencia sexual.                    

# hazlo con/sentido.

Octubre, 2021. Irene Rodríguez Martín.

“Es un proyecto muy interesante para la juventud”, es casi la primera frase que escuchamos cada vez que presentamos el programa Con/Sentido, tanto sea en contextos de ocio festivo a través de las Marchas Con/Sentido, como en los diferentes espacios de formación que desarrollamos y nuestras acciones de sensibilización y concienciación, incluidas las campañas y divulgación de contenidos. Lo que sí nos resulta interesante es que desde que hablamos de promoción de un ocio festivo con consumo responsable y que promueva relaciones libres de violencias, casi inmediatamente pensamos en la juventud. ¿Les pasa lo mismo? ¿Es la juventud quien les viene primero como población a la que dirigir un programa de estas características? Ojo, quien nos lo dice en ocasiones también es joven, no siempre es una persona adulta quien nos da este mensaje, por aquello de ir desarticulando el imaginario colectivo. 

Claro, desde el lado de quienes damos la información y presentamos el trabajo que desarrollamos, la observación casi inmediata que nos viene es atender a quien lo dice y/o desde donde, tal vez, lo dice. Es decir, ¿es joven? ¿Mayor? ¿Adolescente? ¿Hombre? ¿Mujer? ¿Madre? ¿Padre? ¿Gerente de espacios de ocio festivo? ¿Cuál es su profesión? ¿Relación con los contextos de ocio festivo? ¿Trabaja en servicio de barra o de seguridad de un local? ¿Disfruta del ocio festivo? ¿Tal vez consume? ¿Cómo se puede estar planteando las interrelaciones personales o los “ligues” en estos contextos? ¿Qué puede estar entendiendo por la “cultura festiva”? ¿Qué hace que relacione el Con/Sentido directamente con la juventud?

Las variables que se abren detrás de un programa “para la juventud”, como vemos, son muy diversas. Sin embargo, parece que el consenso es conjunto y está integrado, es como si viéramos una viñeta que responde algo así: ¿Quiénes somos? Con/Sentido, ¿Para quienes? Para la juventud. ¿Quién consume? La juventud. ¿Quién sale de fiesta? La juventud. ¿Quién liga? La juventud. ¿Quién necesita un programa que promocione un consumo responsable con justicia de género? La juventud. ¿Quién ha de prevenir las violencias sexuales? La juventud. ¿Quién desarrolla modelos de consumo sin gestión de riesgos y placeres? La juventud. ¿Quién perpetúa mitos socioculturales basados en el peligro sexual? La juventud. ¿Quién agrede? La juventud. ¿Quién es víctima? La juventud. ¿Quién tiene relaciones tóxicas? La juventud. ¿Quién no tiene educación sexual? La juventud. ¿Les suenan estas respuestas? Al verlas todas juntas, ¿qué te sugieren? ¿resuena el discurso en tu alrededor? En este momento, que lees este texto y eres joven o lo que llamamos persona adulta, me pregunto ¿cómo es para ti? ¿Te surge alguna respuesta diferente a las dadas por consenso?

Cuando dirigimos nuestra atención a la juventud, mi propuesta es observar ¿desde dónde lo hacemos?, ¿cómo es nuestra mirada?, ¿dónde están nuestras responsabilidades? Aunque antes de filosofar, la pregunta es ¿hay una única respuesta a los cuestionamientos que hemos lanzado en el párrafo anterior? ¿Será verdad que es la juventud la única que se merece o necesita un ocio festivo con consumo responsable libre de violencias? ¿Será la única que disfruta de estos contextos? ¿La única que los construye? ¿La única a la que dirigir la educación sexual? ¿La juventud es un ente único? ¿Igual? ¿Indivisible, uniforme, irresponsable? Aquí no puedo evitar referenciarme a las palabras de Chimamanda Ngozi Adichie cuando nos habla del peligro de la historia única. 

Parece que el foco de atención está demasiado generalizado y a la vez demasiado limitado, cargado de estigmatización perdiendo las subjetividades, iluminando las necesidades reales ocultando las potencialidades palpables, marcando el recorrido desde una dirección unilateral que coloca a la juventud como simple receptora, sin recibir en contradirección (las personas adultas) la riqueza de sus diversidades y evoluciones transformadoras. La edad parece más una frontera que una senda experiencial que dibuja el trazo de nuestras vivencias. 

¿Qué nos pasa con la edad? ¿Es que hay una edad aconsejada para disfrutar del ocio festivo? ¿Para gestionar un consumo responsable? ¿Hay una edad recomendada para desarrollar nuestras relaciones interpersonales, ligues o encuentros eróticos libres de violencias? ¿Es que se nos pasa el arroz y ya no le corresponde a la adultez ser receptora de programas como el Con/Sentido? O, tal vez, esta transformación que promocionamos se adquiere al soplar las velas y viene incorporada con las arrugas o las canas. Si fuera así, quizás solo sería cuestión de tiempo ¿no? Parece que el adultismo (concepto que implica que las opiniones y actitudes de las personas adultas son consideradas superiores a las del resto de generaciones) se apodera de los discursos solventando nuestras responsabilidades individuales y colectivas, que nos autoengaña colocándonos fuera de una cultura a la que pertenecemos y que nos atraviesa de lleno. ¡Qué esto también tiene que ver contigo, tengas la edad que tengas! Que lo interesante es descubrir de qué forma nos llega la llamada al Con/Sentido. 

Nuevamente, ponemos en valor los inicios del Con/Sentido, cuando insistíamos en la importancia de transmitir que es un programa intergeneracional, entendiendo que disfrutar de lo festivo no tiene edad, que se dirige a toda la población sin distinción de género, clase, espacios de ocio, edades o sexualidades, ya que sabemos por experiencia que todo el mundo puede en un momento dado y, a su manera, participar de los contextos de ocio festivo y, con ello, de la “cultura de fiesta” que buscamos transformar. Además, que no haya distinción nos permite ser reales con estos contextos y ampliar el foco de atención y, a su vez, nos enriquece visibilizando las intersecciones que se dan por variables como el género, el origen, la orientación sexual, la identidad o la edad, que hoy nos ocupa. Es decir, buscamos que el Con/Sentido sea interesante para quien disfrute del ocio festivo, atendiendo a la diversidad de realidades que se interseccionan en estos contextos que construimos conjuntamente como lo que denominamos: “la cultura festiva; sus usos y costumbres”

Y, si no queda claro, qué nos pasa con la edad que la convertimos en fronteras, ¿qué pasa con sus permisos? ¿Cuántas veces hemos oído o dicho eso de: “cuando era joven podía…” o “a mi edad ya no…”? ¿Qué se niega y qué se respeta por edad? De repente, empiezan a aparecer los permisos, lo que sí podemos reconocer o hacer según sea la edad aconsejada o recomendada. Recojo del relato de las Marchas Con/Sentido la siguiente situación con un grupo de mujeres de mediana edad, en una terraza disfrutando de su ocio festivo y al presentar el programa responden: “a mí ya eso no me pasa…”, “sí, recuerdo una amiga que le pasó”, “las mujeres ya hemos avanzado mucho”, “antes yo no podía…”, “ahora los consumos no son igual”, “yo ya no estoy para eso”, “es que hoy en día hacen unas cosas”, “antes tenía miedo de…”, “me parece importante para mi hija”, “quiero que mi hijo…” y un largo etcétera que quizás puedes ir identificando de tu cotidiano. 

Tras el relato, empieza la reflexión, la mirada sin juicio que busca observar y me cuestiono. ¿Hasta qué edad se puede reconocer la vivencia de violencia sexual? ¿Ha de pertenecer al pasado o si es en presente también depende de la edad para que haya un reconocimiento propio y/o ajeno sin culpa o justificación? ¿Cuando llega el momento de decir “a mí no…”? como si fuera parte de demostrar haber llegado a la adultez, “ya no me pasa” y, sin embargo, sí puedo visibilizar en las vivencias ajenas de otras personas a las que sí les sigue pasando (consumos, relaciones menos satisfactorias, violencias sexuales). ¿En qué momento la edad juega en contra de que pueda reconocer-me en situaciones de violencia o de consumo sin gestión de riesgos y placeres? Se vislumbran los permisos sociales asociados a la edad, así como en otros textos hemos reflexionado sobre los permisos sociales asociados al género, que no dejan de estar en intersección con los consumos, la fiesta, la(s) sexualidad(es) y, como vemos, con la edad. Lo que sí está permitido para la juventud y lo que no, y bajo la misma perspectiva limitadora lo que sí está permitido para la vida adulta y lo que no. Si eres joven, tal vez perdonamos bajo el beneplácito de la inexperiencia siempre y cuando recibas el enseñamiento aconsejado por edad. Y a la persona adulta se exige sabiduría con la venia de la experiencia siempre y cuando no muestres necesidad de aprendizaje. De forma que las fronteras se solidifican con las comparaciones (“yo a tu edad”), las imposiciones como autoridad (“te prohíbo que”), las persecuciones (“es que no saben”) o las justificaciones (“ya somos mayores para eso”) como una frontera recomendada, que delimita claramente la separación entre quienes saben y quiénes no. Sin embargo, buscamos que las experiencias estén al servicio y contextualizadas de forma que permitan encuentros más que segregación.

Y, ¿si en vez de estar detrás de una frontera estamos delante de un espejo? A veces, parece que nos olvidamos que antes fuimos jóvenes o que después llegaremos a la etapa adulta, y ¿qué necesitábamos que nos ofrecieran cuándo éramos jóvenes? ¿fronteras? ¿edades recomendadas para? ¿qué necesitábamos oír? ¿estigmatizaciones? ¿prohibiciones? ¿miedos? ¿queremos educar transmitiendo miedos o habilidades de gestión y autonomía? ¿qué trato queremos recibir en la adultez? ¿desconfianza? ¿distanciamiento? ¿silencio? Quizás, si nos reconocemos en el espejo, podremos examinar conjuntamente cómo hacer para disfrutar de nuestro ocio festivo, entre otras cosas, saliendo de la crítica individualizadora y desocupada (esto va de ocuparse desde la responsabilidad) a la juventud o a las personas adultas. Quizás desde la mirada adulta también toca confiar, a través del reflejo en el espejo. Confiar en la juventud y en el acompañamiento adulto que ofrece un reconocimiento tanto de la necesidad de una educación sexual formulada en positivo, inclusiva y diversa como de la escucha de la voz juvenil, de sus conocimientos y transformaciones que nos progresan como personas y sociedad. Quizás toca responsabilizarse del reflejo de modelos y patrones aprendidos de la referencia adulta.  

Entonces, ¿para qué sirve la edad? ¿qué tal si acabamos con el mito del valor de la edad como el valor de la verdad? Y reconocemos el espejo como ese punto de conjunción entre el camino de ida y el de vuelta, como el espacio de convivencia que derriba fronteras y acompaña la edad desde encuentros Con/Sentido. 

¡QUE SEA RICO!